29 enero 2009

De qué

Y así fue como entré a formar parte de aquella empresa. Todo lo dicho anteriormente es mentira o, cuanto menos, exageración.
Porque no es verdad que al subir al autobús y verlo casi completo, golpeara a aquella viejecita para poder subir yo en su lugar. Sólo traté de convencerla con palabras amables y discretos sobornos. Lo que pasa es que ella no atendía a razones.
Tampoco es exacto lo del guarda de seguridad de la cadena. Yo le pregunté por la cafetería y su arma se disparó. Y le dio en el centro de la espalda. Estas cosas pasan. Recuerde a Kennedy.
En cuanto al asunto de repartir caramelos envenenados entre los otros aspirantes, para quedar como única candidata, es exagerado. Porque la Dormidina no es un veneno. Lo que pasa es que atonta, sí, no es culpa mía, pero no es un veneno.
Es una exageración y también un acto harto injusto para con mi persona, que haya gente que afirme haberme visto amenazar con una navaja barbera al tipo de Recursos Humanos, el que murió. Lo que pasa es que a la gente le gusta hablar.
Y es mucho menos cierto que reventara intencionadamente a aquel pobre actor, el que metía tantas morcillas, el que discutía dos de cada tres frases. Lo que pasa es que, como todos los actores, iba por la vida sin mirar. Y si no miras donde pisas, puedes pisar una mina. Y si pisas una mina, pues eso.
Fue un desagradable espectáculo, lo reconozco. Lo reconozco porque queda bien reconocerlo, ya que puedo citar nombres y apellidos de individuos que estudiaron conmigo, que lo hubieran encontrado interesante.
Pero en cualquier caso, fue un espectáculo. ¿Y no buscamos todos espectáculo, Sr. Juez?

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